—No tienes ni idea del error que acabas de cometer. Lucía, avisa a Kira.
La asistente de Arellano sacó su teléfono móvil y marcó lánguidamente, haciendo sudar al Francés, que se dio cuenta de que al fin había cruzado el límite. A partir de aquel momento ya no había vuelta atrás; conocía la reputación de Kira y sabía muy bien que era de las que hacen desear haber elegido “muerte”.
Tras unos segundos interminables, alguien descolgó al otro lado de la línea.
—Kira, el jefe requiere tus servicios… ¿Cómo? Bueno, espera que se lo pregunto. —Lucía apartó el teléfono de su oído para dirigirse a Arellano— Jefe, que dice que si puede ser dentro de diez minutos, que ahora está viendo Bob Esponja.
Arellano puso los ojos en blanco mientras el Francés arrugaba el entrecejo.
—No, tiene que ser ya.
—¿Lo has oído? Bueno, pues grábalo y ya está… A ver, es en la calle Rodríguez Lázaro, 8… No, en Carabanchel… No, eso es San Blas pero, a ver, ¿y el GPS que te compramos?… ¿Por qué no lo pusiste a cargar anoche? Bueno, mira, cógete un taxi, luego el jefe te lo paga… Ya, ya sé que todavía tiene pendientes los recibos del mes pasado, pero necesitamos que vengas… Sí… No, trae todo el equipo… ¿Eso tampoco lo has cargado? Bueno, da igual… Venga, sí. Aquí te esperamos, date prisa.
Arellano se volvió triunfalmente hacia el Francés y sonrió con malicia.
—Lo siento, chaval. Tendrías que haber elegido “muerte”…
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